Post pandemia y con +50, me animé a hacer el curso de escalada en CUBA Palermo y una salida de bautismo en roca a la Sierra la Vigilancia. Pensé que el objetivo era escalar muros, pero descubrí que se trata de escalar miedos.
No sé bien por qué me anoté en el curso de escalada. Hace una década había probado escalada básica y tirolesa durante unas vacaciones. La tirolesa me había encantado. La escalada la había sufrido intensamente. En 2018 amé la experiencia del trekking del Paso de las Nubes, organizado por la capitanía de Andinismo, y quizás eso, más cumplir 50 años y las ganas de probar cosas nuevas post pandemia me animó a anotarme sin demasiada conciencia de lo que me esperaba.
El primer día de curso en la palestra de Palermo fue desafiante, por no decir aterrador. En la primera subida a la palestra el corazón se me aceleró a 1000 pulsaciones por minuto. El primer intento en el boulder fue un fracaso absoluto. Mis compañeros eran todos sub25, y había infinitos términos, técnicas, nudos y procedimientos para absorber. “So” Dominguez, a cargo de la escuela, junto a su equipo de profes, nos fueron enseñado técnicas de escalada y boulder, procedimientos y técnicas de seguridad, siempre con buen humor, paciencia y firmeza. Cada una de las 5 clases pusieron a prueba cuerpo y mente.
Hubo que estudiar y practicar para rendir un examen teórico y práctico, y habiendo sobrevivido eso, que ya era mucho, vino la “salida de bautismo a roca”, requisito necesario para quedar certificado y autorizado para usar la palestra. El destino elegido fue Sierra la Vigilancia, cerca de Balcarce. La expedición, a cargo de So, estuvo compuesta por Mechi Olmedo (21), Timoteo Cilley (16), Tomás Urquiza (19) y yo, la señora de 51.
Arrancamos en auto desde Buenos Aires el sábado a las 4am y cerca de las 9 llegamos a la Sierra, que de lejos parecía muy poco impresionante. Tras el chequeo de equipos iniciamos la subida, que poco a poco se transformó en trepada intensa, hasta llegar a una cueva con una vista imponente desde donde, sin anestesia, hicimos nuestro primer rapel. Hubo que tragar fuerte para que no se note el terror de caminar marcha atrás por una pared vertical, pero una vez iniciada la experiencia, la disfruté muchísimo.
Una travesía más por senderos y cavernas nos aterrizaron en el primer muro. La pared era absolutamente vertical, y sin los cositos de la palestra de Palermo. La tarea parecía francamente imposible. De a poco nos fuimos animando y dándonos ánimo mutuamente. Nos transformamos en un equipo. El logro de uno pasó a ser el logro de todos. El que estaba escalando recibía sugerencias y aliento constante del resto. Pudimos armar y desarmar descuelgues que consolidaron lo aprendido en la palestra. Transitamos frustraciones, enojos, cansancio, y muchísimos miedos. No faltaron voladas y caídas que nos animaron a confiar en los equipos y en nuestros compañeros. Al atardecer encaramos un muro distinto, y So aprovecho a demostrar como se realiza un rescate. Con el sol ya desaparecido, encaramos la vuelta al campamento y en el trayecto aprendimos a leer los cielos y a caminar con luz natural de noche.
El segundo día fue difícil arrancar. Me dolían músculos que no sabía que tenía y me pesaba moverme. Empezamos con un rapel mucho más impresionante que el del primer día. En vez de partir desde el resguardo de una cueva, salimos desde un risco donde soplaba fuerte el viento y el rapel tenía partes donde había que bajar sin apoyo a una pared. Me agarró más vértigo y miedo del que me animé a admitir, pero se ve que se me notaba en la cara. So me dio tiempo para ver como bajaban los otros, y me fue tranquilizando hasta que finalmente me animé a bajar. El esfuerzo que requirió sobreponerme al miedo fue infinito, pero nuevamente valió la pena.
Hicimos un trekking más largo que el primer día, pasando por lugares realmente espectaculares. Mechi y los chicos se animaron a probar una escalada en techo, yo me limité a sacar fotos cual japonés de vacaciones. Cerramos el día con una escalada en un muro realmente impresionante, pegado a una grieta, difícil y a la vez divertido. A la mañana había anunciado que estaba muy cansada y no iba a escalar, solo iba a dar seguro, pero me sorprendí a mi misma probando, llegando más alto de lo que hubiera imaginado, superando miedos y disfrutando la experiencia.
En la escalada salta a relucir la personalidad de cada uno con una claridad meridiana. Uno piensa que el objetivo es escalar o rapelar un muro, pero se trata más bien de superar miedos y bloqueos mentales. Al principio, la cabeza no para: ¿Era necesario esto? ¿Que hacés acá? ¡Te vas a matar! ¡Me caigo, me caigo, me caigo! ¿Será realmente segura la soga, digo, la cuerda? ¡No hay de donde agarrarse acá! Si el que me está dando seguro se distrae me mato. ¿No era mejor probar clases de entrenamiento funcional? De a poco se va aprendiendo a aquietar la mente, a vivir cada movimiento, a olvidarse de lo que pasó o podría pasar y a focalizarse en el aquí y ahora. No se trata de escalar muros. Se trata de escalar miedos.